Por: Liz Hay
La entrada de este mes la dedicaré a una de una de mis obras "CLAROSCURO".
AL LECTOR
CLAROSCURO es un thriller en
el que los personajes principales inician un camino de reconstrucción y retro
inspección a raíz de una serie de eventos funestos que golpean sus vidas de una
manera inesperada. Cada uno de los personajes principales tienen dos
vertientes: una luminosa y una oscura, de allí el nombre de la novela; ellos
deciden a lo largo de la historia haciéndonos partícipes de sus vidas, cuál de
los dos caminos seguir. La obra en sí te hace plantearte que tan volubles,
arriesgados, taimados podemos llegar a ser los seres humanos... Y
como los golpes y las decepciones nos van marcando y moldeándonos hasta
convertirnos en otro yo, puede que más fuerte o puede que más sensible.
En ésta novela se abarcan multitud de temas actuales que no pertenecen del todo
a la ficción, sino que son traídos con pequeñas pinceladas del mundo actual en
que vivimos; ya sea aquí o allá en cualquiera parte del mundo, con personajes
tan complejos o retorcidos, como algunos de los protagonistas.
Claroscuro es una obra
que muestra de todo un poco: locura, pasión, amor, deseo y traición es como entrar
en una simbiosis de fases, al inicio parece ser dos historias distintas, pero
son parte de la misma moneda, son dos historias que se funden en el medio para
ir de la mano hasta el inesperado final.Es una novela cruda, profunda, directa, que transcurre en paisajes de ensueños, islas paradisiacas, playas vírgenes, sinuosas y hermosas montañas, en una ciudad cosmopolita que tiene de todo un poco como lo es... Ciudad de Panamá.
Aquí les dejo una muestra de uno de los capítulos de CLAROSCURO.
ENTERREDADOS EN LA SELVA
Darién, en la frontera con Colombia.
Selva espesa, profunda, impenetrable;
matorrales a la altura de edificios, enredaderas que bordean los caminos;
juncos, troncos, senderos, vestigios de fogatas extinguidas alrededor de la
subida de los cerros en donde se juntan los manglares y los ríos de aguas
turbias, tranquilas, grisáceas, que solo pueden ser atravesadas en cayucos,
aquellas pequeñas barcas que surcan las aguas oscuras y profundas con los
pequeños pescadores que habitan en los pueblos casi fantasmales de la
conflictiva provincia del Darién, atemorizados y amedrentados por los foráneos
de la narco–guerrilla, que a fuerza y con el poder de las armas, esclavizan a
los indios apartados de las urbes y la prosperidad, olvidados por completo y
reducidos a cenizas y a pólvora mojada en condiciones infrahumanas, llenos de
horror, testigos de masacres y muertes injustificadas; exiliados de sus tierras,
de sus casas, obligados a vivir el día a día en las escarpadas montañas, entre
el lodazal o la inmundicia de la basura.
Atrás había quedado el último vestigio
de carretera asfaltada en Yaviza, los pequeños caseríos de colores, las chozas
hechas de paja en lo profundo de los cerros.
El sonido proveniente de unas botas
militares al romper ramas y estrujar hierbazales atrajo la mirada inquisidora
de los cientos de agudizados ojos, que entre las hierbas y en la oscuridad, a
manera de búhos pero con precisión de halcón, elevaban al aire la voz de
alerta. El enemigo había atravesado el sendero prohibido y se acercaba
cauteloso a la boca del lobo, mejor conocido como “el escondite secreto de la guerrilla” en el
extenso y denso monte; lugar asiduo en donde los paramilitares colombianos o
guerrillas clandestinas mantiene la apuesta de seguir con el cateo de drogas
provenientes del hermano país de Colombia y de los millones de dólares
enterrados en caletas, en innumerables agujeros en la vasta selva intransitable
llena de humedad y el pesado ambiente selvático, que colinda con manglares
permitiendo la constante movilización imperceptible y la instaurada residencia
ilegal del territorio encubierto.
A Luc le había costado mucho que
aceptaran una visita en el impenetrable territorio de la guerrilla. La odisea
había comenzado cuatro días atrás río arriba, en la selva cada vez más
hermética y en su silencio ensordecedor; primero había abordado un jeep algo
destartalado que era conducido por un joven lánguido sin voz, ni expresión en
el rostro y cuyo único objetivo era el de llevarla a la boca del manglar, dónde
abordaría una lancha que le llevaría a uno de los cuatro puntos de seguridad
que la acercarían a las inmediaciones donde se encontraba el capitán y sus más
de doscientos hombres refugiados entre la zona boscosa. Allí conocería a otro
hombre que la adentraría durante más de dos horas y media en lo profundo de la
selva, entre caminos malogrados desbordados de árboles, insectos, humedad,
hierbazales y nada más. El camino era accidentado, lleno de palmeras
siniestras. Ahora mientras acabada de abordar la lancha que surcaba las aguas
mansas, Luc recordaba como había sido todo, los meses de negociación previos
para poder acceder no solo a su campamento, sino a entrevistarse con unos de
los altos mandos de las FARC que serían para ella por su trabajo clandestino,
el grupo más indicado para iniciar una investigación, ya que poseían unos
aliados con el Gobierno panameño, del cual podrían depender en situaciones de
emergencias, que a su vez funcionaban como informantes que les prevenían de la
proximidad de los agentes de seguridad o policía nacional, logrando así las
FARC cambiar cada mes su destino, sin que éstos lograsen nunca darles alcance.
Después de descender, casi en el medio
de la nada y encontrándose sola en la selva, mirando la lancha alejarse tras
ella, se dio la vuelta tratando de encontrar un camino o algún simpatizante que
le ayudase a seguir su travesía; a unos quince pasos de allí adentrándose en la
selva se encontró con Humberto, un guerrillero ataviado con su indumentaria
típica verde oscura de chaqueta y pantalón, con botines negros con cordones,
que sería uno de los primeros contactos, que le acompañaría las dos horas
siguientes de recorrido hacia el campamento en presencia del comandante de la
zona. Mientras se adentraban un poco más; Luc supo que la cercada selva estaba
llena de ojos vigilantes. Ya antes había sentido aquella sensación de sentirse
observada, vigilada, controlada, lo que le llevaba a la clínica en la que había
pasado sus años más negros y a recordar su objetivo primario y la verdadera
razón por la que se había aliado con guerrilleros. Agitó la cabeza varias veces
renegando de su suerte y tratando de borrar aquella ignominiosa imagen de su mente
y así despertó después de pocos segundos de estar absorta en sus pensamientos,
percatándose que lo único que había visto hasta ese momento no era otra cosa
que monte, insectos, indios y hombres uniformados que le llevaban de un lado a
otro. Desconocía que aquella era la forma como la guerrilla, siempre armada con
ametralladoras en bandoleras y radio en mano, conseguía proteger no solo su
identidad valiéndose de apodos, sino también su situación tanto militante como
geográfica. Luc se preguntaba, ¿cuándo
vería o se encontraría con Luis de Silva?, su primer contacto y el simpatizante
que había hecho posible su visita. Ella le había conocido por casualidad en
octubre de 2006 en un bar de Yaviza; habían entablado una conversación
inteligente y profunda entre copas, que más tarde se convertiría en una
relación cercana de mutua cooperación, pero sobretodo de trueques, que cada uno
desde su perspectiva particular, pudiese abordar para obtener sus objetivos. Él
era un comandante, ex–perteneciente a las Fuerzas Armadas Colombianas, corrupto
incorregible establecido y recién ascendido y acogido en el seno de los
paramilitares como uno más de ellos.
Ella había ido a aquél bar porqué le
habían asegurado que allí encontraría los contactos y la información que la
llevaría a marcar su plan, cuyo único objetivo era deshacerse de los que le
estorbaban y recuperar lo que por derecho le pertenecía. Ahora alejada de lo que consideraba
territorio seguro y casi en las manos de los guerrilleros, se preguntaba, hasta
dónde sería capaz de llegar, con el objetivo de resarcir su posición y concluir
el plan que se había marcado hace más de ocho años, cuando se encontraba
limitada y reducida como un animal
enjaulado, esperando su turno para el matadero.
El sonido de un silbido le hizo darse
cuenta de que habían llegado a otro campamento, territorio en su mayoría
construido de lona, madera y con las cuchillas siempre a la vista. Los
campamentos eran muy similares como los que ya anteriormente había visitado en
los últimos dos días. A su llegada,
logró ver a un grupo como de veinte combatientes que hablaban en voz baja,
inaudible, con una expresión tranquila; de dentro de una de las caletas, nombre
que los militantes les daban también a las tiendas de campañas, salió un hombre
que la invitó a entrar, mirándola con detenimiento cómo si se tratase de
especie de postre o recompensa por el que se debía luchar.
Luc era un mujer bastante fuera de lo
normal de lo que aquellos hombres insertados en lo profundo de la selva habían
visto en sus últimos veinte y hasta treinta años, cuando habían decidido
iniciarse y formar parte del grupo beligerante, abandonando toda comodidad,
posibilidad de hijos y familias; adoptando un nuevo nombre y una nueva forma de
vida restringida y dirigida con el único objetivo, de hacerle frente al
Gobierno, permitiéndoles retornar al escenario político de su país con mejores
garantías para sus futuros candidatos, actuando día a día como delincuentes,
evadiendo la ley, rompiendo las reglas con el fin de obtener su objetivos,
llegando al punto de extorsionar, secuestrar e iniciar masacres, por los
ideales en común y la esperanza de un cambio, estableciéndose en las
profundidades de la selva con sus grandes restricciones.
Luc entró en la caleta para encontrase
con su amigo, el simpatizante Luis que se encontraba detrás de una especie de
mesa con una cuchilla en mano descascarillando un mango, al verla entrar lo
colocó sobre la mesa de a lado del ordenador portátil, su cuchilla y la radio,
poniéndose en pie para recibirla.
—Pensaba que te arrepentirías de
llegar hasta aquí, en medio de tantos cambios de transporte y secretismos—dijo
Luis de Silva.
—No me conoces lo suficiente Luis—le
respondió ella, contenta de ver un rostro conocido, después de tres días, una
cara conocida era una recompensa para sus ojos.
Él la interrumpió diciendo.
—Aquí no soy Luis, aquí en las
inmediaciones del campamento que dirijo soy Nacho, por lo que te sugiero que no
menciones mi nombre nuevamente. Es una de las reglas del campamento, nadie
conoce tu verdadero nombre, es una estrategia para despistar a los servicios de
inteligencia que actúan en la frontera;
además de la constante movilización de los campamentos, la cual nos permite
tener rehenes.
—¡Perfecto!, está olvidado Nacho—dijo
ella esbozando una sonrisa cómplice. Él dirigiéndose a ella con actitud
evasiva, le dijo.
—Además tu verdadero nombre es aún
desconocido para mí. Luc es todo menos que un nombre, es algo rarísimo, no se
sabe si es una cosa, un apodo o un sitio.
Ella esbozó una sonrisa.
—Estoy acostumbrada a que se dirijan a
mí sin nombres—dijo ella sin vacilaciones.
Si utilicé este contigo—que acepto que me lo saqué de la manga— fue porqué me
sentí cómoda y me inspiraste confianza, nada más, por lo que te agradezco que
tampoco lo menciones y que siempre me llames por mi género y nada más.
—¡Entendido!—dijo Nacho mientras se le
acercaba un poco.
—¿Estás segura de seguir queriendo
avanzar?, lo que te falta de camino es el más difícil, accidentado, vigilado y
se escapa de mi jurisdicción, no puedo garantizar tu seguridad una vez que
hayas abandonado éste campamento, es cierto que he hecho los contactos y he notificado
tu llegada, pero con éste otro grupo de guerrilleros nunca se sabe, ¿te quieres
arriesgar?—dijo con un tono de preocupación.
—¡Nacho!—respondió ella, no he llegado
aquí hasta tan lejos por miedos o inconvenientes. He llegado aquí con un
objetivo y no me iré hasta conseguirlo, ¿me entiendes?
—Perfectamente—dijo Nacho después de
una breve pausa, es lo que necesitaba oír. Pasarás la noche aquí, en otra
caleta con una de las socias, pero antes del amanecer te embarcarás en una
cayuco río adentro, que te llevará muy cerca del capitán Melvin, el único
hombre con poder que puede ofrecerte aquella información que tanto anhelas,
también espero que sepas que has de pagarle con algo, no te dará nada, hasta
que no obtenga lo que quiere. Déjame advertirte de que es un hombre
impredecible, impulsivo y hasta podría ordenar tu muerte y deshacerse de tu
cuerpo, en menos de lo que canta un gallo.
—Ya lo sé—dijo ella sin remilgos, sé a
los peligros a los qué me enfrento.
—Bien—acertó a decir Nacho. Tomó en
sus manos la radio y valiéndose de ella, radió a una de sus socias o
guerrilleras, en la que más confiaba, para ordenarle que se apersonara a su
caleta, que era la que actuaba como centro de mando en ese campamento para
notificarle su nueva asignación, que consistía en conducir a la mujer, a la
recién llegada, dijo mirándola a los ojos con cierto halo de complicidad, no
incumpliendo la promesa de no llamarle por más que por su género, a su lugar de
descanso y que se encarara de proporcionarle agua y alimentos. Al cerrar la
transmisión por radio, le miró nuevamente con detenimiento; sus ojos verdes
como el jade le había cautivado desde el primer momento en el que se conocieron
en el bar. Ella no era tonta, sabía muy bien interpretar esa mirada, aunque
ésta era distinta, había algo de fragilidad y miedo. Ella sabía que Nacho se
sentía muy atraído por ella, pero a través de sus ojos logró atisbar, que no
era solo el deseo de un acercamiento sexual lo que le hacía actuar y mirarla de
esa manera peculiar, él le había cogido aprecio y temía por su seguridad; el
más que nadie sabía a qué y a quién se enfrentaría, era ésa la razón por la que
se encontraba tan perturbado, por la sola idea de que no saliese viva de ese
encuentro.
Sus ojos brillaban a la luz de la casi
inexistente lumbre, eso era algo que ella admiraba, ya que nunca hasta ese
momento lo había experimentado. Mientras sostenían aún la mirada fija el uno en
el otro, en una especie de silencio tácito, ella se acercó con premura, notando
como el fuerte comandante y valiente guerrillero se estremecía mientras cerraba
los ojos al sentirla, a solo milímetros
de su cuerpo, se inclinó un poco y le besó los labios con dulzura, él se quedó
impasible, desconcertado, mientras se acababa de percatar de que Elaine ya
estaba dentro de su caleta y aguardaba a seguir instrucciones.
—Disculpe comandante, no quería… dijo
Elaine, desviando la mirada hacia el suelo.
—No, no hay problema Elaine. Ésta es
la mujer, condúcela e instrúyela del procedimiento hasta que amanezca, que es
cuando iniciará su camino aguas a arriba hasta el campamento de las FARC—dijo
Nacho después de liberar su garganta emitiendo un ruido grotesco, tratando de
disimular la situación, pero manteniendo siempre el mando.
—Sí, mi comandante—dijo Elaine
extendiendo el brazo para conducirla. Ella que en ese entonces se encontraba de
espaldas, se volvió para mirarle. La expresión serena del rostro de él, le
devolvió la calma, no dijo palabras, solo avanzó hacia Elaine dejando atrás a
Nacho, que le observaba detenidamente mientras se alejaba de su caleta, para
verlas perderse en la oscuridad de la noche.
Nacho respiró hondo dos veces
exhalando el aire por la boca, extrañando por segundos lo que tenía antes de
alistarse en la guerrilla, el leve acercamiento de una mujer hermosa, le había
despertado los recuerdos, cuando aún vivía su esposa, justo antes de perderla
por las fuerzas policiales de su país; ni su alto cargo en el Gobierno, ni su
conocimientos de estrategias y armas habían librado a su mujer de la muerte
atroz y segura que le habían brindado, los del bando enemigo. Afuera de la
caleta de Nacho y de sus recuerdos, sus combatientes en la noche se organizaban
despacio y haciendo el mínimo ruido, cumpliendo la rutina, cada guerrillero se
recomponía y arreglaba su propia tienda, armas, mochila y enceres dejando todo
al alcance de la mano, por si se daba la ocasión de tener que salir de
improviso, luego se reunían en medio del campamento para escuchar con
detenimiento las voces del comando, indicando las instrucciones a seguir.
Aún lado del trayecto, no muy lejos de
la tienda de Nacho, entre la maleza que había sido tronchada para esconder el
agüero profundo donde habían enterrados los barriles que procuraban las armas y
unos cuantos miles de dólares, obtenidos de las extorsiones de posibles
enemigos y narcotraficante. Justo antes del amanecer, en el momento más crítico
en un área de conflicto y por descontado, la hora preferida para los asaltos de
los bandos enemigos, una pequeña barca con extremos puntiagudos, era conducida
por un hombre moreno de cabellos cortos negros y rostro sereno, llegaba a la
punta, esperando transportar la carga desconocida que le habían encomendado.
Desde las 5:00 de la madrugada las dos mujeres se habían enfilado por el área
oriental del campamento esperando entre las penumbras evitar poner a otros
posibles contrincantes en alerta. Elaine,
cumpliendo las órdenes de su comandante transportaba a la mujer que abandonaría
el campamento justo como había sido previsto, entre la noche y el sonido
producidos por los insectos. Llegaron en
1.15h minutos antes, donde le esperaría el barquero que la conduciría a la
última etapa de su recorrido, al campamento del capitán Melvin. Elaine divisó
entre las apacigües aguas el vaivén de una lancha amarrada, sabía que era la
única que ese momento y lugar que podría estar esperando la inevitable partida
de la amiga de su comandante. El barquero al verlas preguntó intrigado.
«La carga, ¿Dónde está?», Elaine extendiendo,
el brazo dejando ver atrás de ella a una mujer caucásica de largos cabellos
negros.
—Es
ésta—dijo para sorpresa del barquero, para luego añadir.
—Abandona los predios lo antes posibles, ya
están comenzando el almuerzo y ella no debe estar aquí cuando empiece la
guardia y peinen el área, ¡Entendido!
—Entendido—dijo el barquero, extendiendo el
brazo ayudándola a subir sutilmente de modo de no producir estruendos y de
evitar que la lancha se voltease dejando al descubierto su ubicación y el
trasporte de su carga encomendada. La barca siguió su rumbo río arriba, hasta
encontrarse con aguas más caudalosas, que arrastraban la barca sin control,
para cualquier persona normal podría haber sido una travesía peligrosa, menos
para los barqueros, que hacían el camino cada día y sabían donde se hallaban
los remolinos y cada recoveco dentro de los diferentes manglares y ríos.
Después de tres horas de travesía alcanzaban a ver al fin lo que parecía tierra
firme, una extensa zona boscosa nada sin igual, más bien muy semejante a los
otros tres campamentos donde había permanecido por los menos una noche o dos,
de entre las malezas vio erigirse de repente la figura de un hombre alto de
piel quemada por el sol, gafas y vestido militar, fue entonces cuando supo que
había llegado al campamento del capitán Melvin.
No había ensayado su discurso, ni
había decidido aún con que negociar, de lo que si estaba segura es que
necesitaba la información sin importar que con ello se le fuese la vida. La
barca dio un giro hacia la izquierda, para así encontrarse cara a cara, frente
al guerrillero, que le conduciría por el tramo que le faltaba de selva
alrededor de dos horas caminando; cada vez que se alejaban un poco más del río,
reinsertándose en la selva espesa. Luc sabía que el encuentro con el cabecilla
de la organización estaba más cerca, tenía que decidir la manera de actuar y
tenía que hacerlo de manera rápida, las ramas y la hierba que se doblaba
estrujándose al paso le hacían acrecentar la incertidumbre y comenzaban a
alimentar el miedo que desde hace días, trataba de acallar. Después de las
horas de caminata por la selva se encontraron un grupo de guerrilleros, que
montaban vigilancia en la región sur del campamento, cuando un corto silbido
del jefe de turno les hizo ponerse en alerta y en posición de ataque. La mujer
blanca había llegado al campamento.
La mirada perdida de Luc denotaba en
cierto grado el miedo, al verse inmersa entre tantos hombres armados, alejado
de toda cotidianidad y recursos, exclusivamente en las manos de los hombres más
temidos y buscados por un país entero. Detrás del silbido se hallaba el hombre
fuerte del campamento que aunque a falta de tamaño no tenía nada que envidiar a
cualesquiera que formara parte de su grupo, era conocido por todos como
“Largaespada” y no dudaba nunca en poner a cualquiera sin importar rangos en su
sitio, era el terror dentro de los grupos beligerantes, conocido por su mal
carácter y su sed insaciable de dinero, sangre y fama. Largaespada dirigió su
mirada sobre Luc, desviando en pocos segundos la cabeza en
ambos francos primero a la derecha y luego a la izquierda, esculcando cada
centímetro de su campamento y delimitando con la mirada las próximas órdenes a
seguir por parte de sus mandos. Luego dio cortos pero certeros pasos, diez
específicamente para clavarse enfrente de la Diosa como la bautizaría ese mismo
día, debido a su peculiar belleza y el deslumbramiento por parte de toda su
tropa militante.
—Muy bien—dijo Largaespada, haciendo
una breve pausa para después proseguir. Si has llegado hasta aquí, hasta el
mismísimo infierno, es porque tienes coraje y porque la información, el
contacto o paradero de aquello o a quién deseas localizar, vale muchísimo su
peso en oro.
Luc que ya comenzaba a ponerse
nerviosa entre la turba, dijo en voz alta y clara.
—Capitán Melvin, con todo respeto, no
estoy dispuesta a tratar el tema en una Asamblea o Consenso de pueblo, me
dirigiré y solo haré tratos con usted… y solo, cuando nos encontremos
completamente solos.
La carcajada del capitán, hizo que los
militantes a su cargo se alzaran en un estallido de risas y júbilos comedidos,
para dar en segundos paso al silencio sepulcral.
—Sabes, ¿dónde te has metido muñeca o con
quién?—dijo el capitán con un gesto ceremonioso, alzando los brazos delimitando
el cerco y señalando el lugar donde se encontraban.
—¡Sí!, soy consciente de
ello—respondió ella.
—Te das de cuenta de que aquí, tu vida
no vale ni un solo centavo y que nadie te encontraría, si decidiese que no
salieses con vida de este encuentro, ni hijos, ni padres, ni esposo, ni
hermanos, ni Gobierno, nadie.
—No le temo a la muerte—dijo ella sin
rodeos. Algunas veces pienso que es la
mejor compañera; estoy aquí, porque usted y los suyos son lo más adecuados para
dar con mi objetivo casi enterrado entre los manglares o escondido bajo las
rocas húmedas de cualquier pantano o selva y aquello de extorsión o amenaza por
creerme una mujer débil y solitaria, me da igual, no existe nadie que llore mi
perdida, porque ya estoy muerta, ¿me entiende?—dijo ella con la cabeza en alto
y en actitud beligerante, manteniendo la mirada fija sobre el capitán.
Melvin la observó entonces con detenimiento,
caminando en círculos como quien ciñe y cerca a su presa, justo antes de ser
engullida. Con una pipa en los labios y expeliendo el humo en círculos
continuados sobre el rostro de ella, dijo.
—¡Esta mujer tiene huevos!, me
gusta—dijo el capitán, dirigiéndose a los de su bando, causando una euforia y
un levantamiento por parte del grupo, silbidos, porras y ademanes se fundían en
los cientos de rostros pintados y armados hasta los huesos. Un solo gesto con
el dedo índice izquierdo hizo que retornara la calma y la casi inaudible
plática que sostenían adentrándose una vez más en el interior de la tienda,
para decir.
—¡Está bien!, nada perdemos con oírla
señorita…
Dijo haciendo una ademán esperando
recibir un nombre. Ella le siguió diciendo.
—No tengo nombre, que es nombre sino
solo una forma de etiquetarnos, controlarnos, poniéndonos un código de barra,
como si de un producto nos tratáramos. El capitán la interrumpió diciendo.
—Pues muy bien, nos parece perfecto ya
que nosotros tampoco los tenemos, ya que somos como muertos enterrados en la
selva, de los que nadie oye nombrar, ni nadie recuerda ya su rostro, el color de sus cabellos u ojos,
somos una especie de muertos vivientes que respiran solo para alcanzar su
objetivo.
—¡Sígame, seguiremos esta conversación
en el centro de comando!—dijo emprendiendo el paso hacia su caleta, ordenando
con un solo gesto que se apartasen y los dejasen solos para poder dialogar.
Caminó con paso ligero para encender
la lámpara de querosén que tenía sobre una especie de mesa de madera
rectangular, bastante lisa, pero deteriorada por las aguas y los cortes de navaja.
—A ver… ¿Qué podemos hacer por usted mujer?—dijo
Melvin pasando ligeramente la mano sobre la mesa, quitando la suciedad y unos restos
de papeles que se hallaban sobre la misma.
—Pues seré clara y directa. Nacho me
dijo que ustedes tenían los contactos suficientes como para poder localizar a
cualquiera, como si fueran una especie de GPS, para encontrar una aguja en un
pajar, ese es el motivo por el que estoy aquí, necesito encontrar a alguien, no
tengo fotos, ni antigua dirección, la última vez que recibí noticias de la
gente que le rodeaban fue alrededor de unos quince o dieciséis años atrás.
El capitán le observaba con los ojos
muy abiertos, prestando atención de cada movimiento, cada
gesto o cualquiera cosa que le hiciese hacerse una idea de… ¿Quién era
realmente aquella mujer? y ¿Cómo había logrado contactar a los grandes mandos
beligerantes?, desvió por segundos la mirada, como evadiendo la cercanía o
complicidad, interrumpió después de unos cortos segundos, diciendo.
—Así que conoces a Nacho, el
ex–desertor de nuestras Fuerzas, recién cabecillas de uno de nuestros bandos
contrarios—dijo mientras se paseaba en círculos, observándola, alrededor de la
mesa.
—Sabes que le conozco, le conozco muy
bien—dijo haciendo un pausa obligada provocando tensión en la conversación.
Trabajamos juntos en las Fuerzas Armadas, él era el General al mando y yo su
subordinado, en ese entonces era un hombre sabio, astuto, siempre lograba estar
a un paso delante de nuestros enemigos, pero todo cambio de repente, en esta
profesión no se nos permite tener sentimientos. Los sentimientos te hacen
débil, te obligan a claudicar, te convierten en un manojo de nervios y de
repente te vuelves un juguete obsoleto pasado de moda, un chivo expiatorio
fácil y vulnerable, para que otro alto cargo impugne y pida tu cabeza en una
bandeja de plata, «Eso hice yo», fue muy fácil deshacerme de él y pasar a tomar
su cargo.
Ella que para ese entonces sostenía la
mirada en el suelo, la alzó como esperando un golpe, sosteniéndola fijamente
mientras le observaba acercarse a ella, fue cuando supo que no le sería tan
fácil salir de aquella selva, comenzó a sentirse intimidada bajo la mirada de
Melvin, sabía que su vida corría peligro y si bien no le importaba morir, lo que si le
importaba, era morir después de haber cumplido su
objetivo o al menos el objetivo primario, que se había fijado. Lo cierto es que el capitán la miraba como una
frágil mujer al borde de en un ataque de ira, ni tan solo sospechaba, ¿con
quién se estaba enfrentando?, no sabía nada de ella, a pesar de que había
ordenado hacer investigaciones a los mandos encargados de tecnología, la
sorpresa para todos era que no aparecía en ningún registro, no poseía
dirección, ni número de la seguridad social, ella oficialmente no existía, pero
era real, tan real que la tenía frente a sus narices. Melvin desconocía que era
una mujer dispuesta a todo y una asesina en potencia. Iniciar su nueva vida no había sido fácil,
había tenido que pasar pruebas muy escabrosas que le habían hecho forjar su
nueva y adquirida personalidad, dejando de ser una víctima, para convertirse en
victimaria. El dinero, los lujos, el poder le habían pertenecido desde siempre,
pero sin darse cuenta le había sido arrebatado casi de los labios, como un
caramelo de las manos de un niño. Había
días en lo que por segundos volvía a tornarse vulnerable, asustadiza, nerviosa,
intranquila, aunque los ataques, como les decía ella, duraban muy poco. Pero, lo que se formaba dentro de ella en esos
momentos, había logrado rebasar el límite y tomar el control absoluto
despojándola de sus inseguridades; convirtiéndola en una mujer fuerte, indomable
y terriblemente mortífera.
Era cierto que Melvin, tenía a su
alcance con solo un par de llamadas cualquier tipo de información recurrente,
aunque aún no hubiese fijado el precio para desvelarla, se sentía desconcertado
por la actitud de la joven y temeraria mujer, con pinta de muñeca frágil
manejada por sentimentalismos. Aún desconocía las intenciones de su
acompañante, lo que si no le era desconocido era la cercana conexión con Nacho
y el flirteo que existía entre ella y su eterno rival, por lo que había
planeado ponerla a prueba, no sin antes divertirse un poco con aquella mujer
desconocida; ahora más que nunca estaba impaciente por
descubrir, ¿hasta dónde sería capaz de llegar?, la dulce
y frágil muñequita, con tal de lograr sus fines. El capitán se había puesto en
pie y colocado justo detrás de ella, desde donde su grave voz como un susurro
atravesó su oído, diciéndole.
—¿Qué motivo real, te trae por aquí,
en la profundidad de la selva?—dijo sin vacilaciones el capitán.
La suave brisa que logró mover un poco
la lona, logró por segundos quitar la tensión, la brisa anunciaba la caída del
sol y el comienzo de una larga e inesperada noche.
—Muy bien mujer—interrumpió Melvin
alegando. Has llegado hasta este campamento por un motivo especial, primero
necesito saber ese objetivo, luego hablaremos, ¿de que manera? o ¿cómo
acordaremos el pago?, por la información proporcionada.
Ella no era tonta, sabía que una vez
que hubiese terminado la última frase la cantidad demandada sería mayor, a
cualquiera cifra que hubiesen pensado y en cualesquiera de los casos, si es que
el capitán llegaba a saber o intuir que se trataba de un caso personal, una «Vendetta».
Ella no quería mostrar nerviosismo, ni incapacidad para enfrentar cualquier
tipo de penitencia que pudiese otorgársele, había sentido rumores de gente que
hablaba de la forma como habían tenido que cooperar con los altos bandos
beligerantes y la manera como aquello, había afectado sus vidas, pero estaba
decidida a seguir adelante costase lo que costase.
Tragó un poco de saliva y dijo.
—No hay trato, creo que me he
equivocado—dijo dándose la vuelta como quién se dirige a la salida.
—¿De qué hablas mujer?—dijo Melvin,
ofuscado. Ella se volteó devolviéndole la mirada.
—Exijo saber la cantidad y el precio
antes de desvelar mis intenciones y la información que realmente necesito
obtener, no estoy dispuesta a acceder y aceptar un precio desorbitado.
—¿Quién te has creído que eres, vienes
a mí por ayuda y ahora pones condiciones?—No aceptaré condiciones a un trato
que depende de nosotros—dijo clavando la navaja sobre la mesa y acercándose con
prisas sobre ella apretándole por el cuello con intención de estrangularla. Las amplias manos de Melvin permanecían sobre
el cuello de la frágil mujer, presionando poco a poco, mientras la miraba
fijamente, viendo como sus ojos se desorbitaban y de repente parecían más
saltones y como, poco a poco, iba perdiendo la fuerza, mientras sus ojos se
tornaban vidriosos.
—¡Escúchame mujer!, no vales nada
aquí, serías un perfecto alimento para los caimanes, aunque mucho me temo que
se quedarían con hambre—dijo mientras le soltaba con fuerza, dejándola caer de
bruces delante de él.
Ella trató de recuperarse luego de
caer al suelo casi ahogada, mientras lo observaba.
—¡Ponte en pie!
Ella le obedeció sin
vacilaciones.
—He de aceptar que eres una mujer
hermosa—dijo mientras le rodeaba y deslizaba sus dedos por el rostro de ella y
luego por las líneas de su cuerpo. Tienes un cuerpo apetecible, dijo mirándole
de arriba abajo, para proseguir; a cualquiera de mis hombres le encantaría
poseerte, tienes unos senos redondos en justa medida, un trasero voluptuoso y
unas caderas contorneadas que ni tan solo ése disfraz que te dejó Nacho, pueden
disimularlo, lo ideal sería prostituirte por un tiempo, para todos los de mi
equipo, hacer de ti una moneda de cambio, pero sabes que, quiero más...
—¡No seré tu puta!—respondió ella
escupiéndole la cara indignada, recomponiéndose, tratando de respirar con
normalidad. Si ese es tu precio, no hay trato, buscaré a otro que pueda llevar
a cabo mis instrucciones.
—De aquí muñeca, no te mueve
nadie—dijo Melvin, tomándole por el
brazo con fuerza en un giro de 45
grados, al instante que ella se giraba.
—¡Aaah!
Ella gimoteó de dolor y entornó los
ojos de manera siniestra. Melvin le soltó bruscamente, como si tuviese la
lepra, después de una pausa siguió el hilo de sus argumentaciones.
—A nadie engañas con lo de buscar a
otros, si has llegado hasta aquí, es porque no existe nadie más y seguramente
también huyes de la policía. Además, no es eso lo que quiero, aunque deba
aceptar que me encantaría la idea de verte en cuatro patas.
Lo que quiero es…
Melvin esbozó una sonrisa retorcida,
después de una pausa.
—Lo que quiero es la cabeza de Nacho
en una bandeja, así podré dormir y respirar aliviado del aire viciado que llega
hasta mí, desde su campamento nauseabundo. Tienes 48 horas para cumplir este
acuerdo y solo luego hablaremos de tus planes—dijo mientras se alejaba a paso
ligero abandonando su caleta, dejándola a ella atrás con la mirada perdida en
el vacío.
La sentencia de la muerte de Nacho le
tomó a Luc un poco por sorpresa, pero eso no sería un impedimento para el
cumplimiento de sus fines, dentro del sostén guardaba un papel doblado en
cuatro con el nombre de la persona escrita a lápiz, eran algunos esbozos del
retrato dibujado de la persona que buscaba y la razón por la cual había
aceptado consciente una misión suicida; para ella era imprescindible dar con la
persona del dibujo, ésa era su razón de vivir, la imagen a la que se había
aferrado, lo que le había dado fuerzas para soportar las vicisitudes y no
claudicar en el encierro.
Ahora con el pulso firme y sin
vacilaciones arrimándose a la mesa de comando debía pensar… ¿Cómo deshacerse de
Nacho? y salir viva del encuentro, era más que consciente, de que lo que le
había solicitado el capitán era un plan suicida y que sería casi imposible
salir viva de un campamento llenos de más de cien soldados que obedecían sin
parpadear a su líder. Se puso en pie luego de pensar detenidamente en el
encuentro y se dirigió hacia fuera levantando el extremo de lona que servía
como puerta. La noche había ennegrecido todo a su paso, la visibilidad era casi
nula, a veces se preguntaba, cómo estos hombres lograban sobrevivir, entre
tanto vacío e inmundicia.
—¡Capitán Melvin!— dijo ella con voz
clara rompiendo el silencio y el código de la selva que prohíbe levantar la voz
a ese grado de decibeles, poniendo en juego su posición estratégica.
De entre las sombras la figura de un
hombre alto y piel morena salió para acallarla, conduciéndola al centro del
campamento como si de una presa se tratase. En pocos segundos la mirada
inquisidora de Melvin se posaba sobre sus hombros, ella rompió el silencio
mientras la veía observarle con furia, como quién no puede esperar para
deshacerse de un estorbo; con movimientos y gestos que solo podían ser
percibidos por los búhos, ordenó a su hombres acordonar el área y alejarse unos
cuantos metros para poder tener una conversación con la invitada. Melvin
entrelazó sus manos una contra otra, como quién se torna pensativo, luego la
cruzó a sus espaldas esperando una palabra o gesto por parte de la mujer que
comenzaba a importunarle con su presencia.
—¿Para qué soy bueno?—dijo apretando
los labios, en un leve tono, esperando una palabra o la confirmación de dar por
aceptada la misión.
—He decidido aceptar su precio, no sin
antes tener la seguridad de que esto contribuirá para mis fines y que… Pase lo
que pase, se llevará a cabo todo siguiendo mis instrucciones—dijo sacándose del
pecho el trozo de papel doblado al que se había aferrado por años. Ésta es la
persona que necesito encontrar, necesito saberlo todo: su paradero, sus
movimientos, su condición, ¿A qué hora sale?, ¿Con quién se ve?, ¿cómo? y ¿Por
qué se encuentra en ese sitio?, además de un mapa completo de la ubicación y
las posibles salidas rápidas del sitio.
—Debo entender entonces, que me estás
pidiendo una ataque militar muñeca—dijo Melvin.
—¡No!, le estoy pidiendo un plan
estratégico de acción, eso nada más—respondió sin vacilaciones la frágil mujer.
Y con referente a nuestro acuerdo, necesitaré tres cosas: una rémington del
calibre 38 con silenciador, una lancha con carguero que me aproxime al lugar y
una llamada telefónica con una línea segura, imposible de detectar.
—¡Hecho!, lo tendrás en media
hora—dijo Melvin haciendo un silbido. Un hombre de sus comandos se acercó de
prisa acatando las órdenes de mando, Melvin a tenerle en frente le dijo.
—Consíguele todo lo que te solicite
esta mujer, y dale salida de las
instalaciones en un período no mayor de cuarenta y cinco minutos. Se giró hacia
ella dirigiéndole la última mirada y extendiendo hacia ella el teléfono que le
había dejado un soldado entre las manos.
Ella lo tomó alejándose unos metros y
marcando con brevedad.
El teléfono comenzó a sonar.
—Sí—dijo una voz
grave y ronca al otro lado del auricular.
—Soy yo, sé que
no te dije donde iría, pero necesito que recojas a la hora que te indique no
más tarde, ni antes. Soy consciente de que es una misión arriesgada, pero
entiéndeme, he de hacerlo, es por lo que he luchado todos éstos años. Reúne
todo el dinero que tengamos, consigue una lancha de un motor potente y ven a
por mí; ya te enviaré por el móvil de aquí a unos minutos mi ubicación y las
coordenadas donde debes recogerme, ¿cuento contigo?, dijo Luc consciente de su
posición y el peligro que cada minuto pasaba en ese campamento
—¡Cómo siempre mi
señora!—respondió la voz varonil.
A paso ligero se
acercó hacia el hombre que le esperaba, dejándole el teléfono en las manos.
Ella le miró fijamente, era tan solo un joven, para no decir un niño, seguro
tendría diecisiete o dieciocho años, la cara frágil e inocente podría verse a
través de los ojos fríos y los ademanes forzados que intentaba disimular, para
parecer un tipo duro.
—Necesito las
coordenadas de éste sitio y también las del campamento desde dónde he
venido… ¡Ah! y un teléfono móvil.
—Bien—dijo el
chico alejándose insertándose nuevamente en la espesa y profunda selva.
—Ella se alejó un
poco hacia el lado oriental buscando un lugar donde estar tranquila, aunque muy
por dentro sabía, que lo que le venía le mantendría en alerta y nerviosa por
mucho más tiempo que dos días. La media hora pasó volando y mientras se
encontraba sentada sobre un tronco de madera de un árbol que hacia las
funciones de banco y centro de comando de las comunicaciones, observó como a lo
lejos se acercaba el muchacho, que extendiéndole el brazo y sin palabras le
pasaba el móvil que había solicitado con las coordenadas ya escritas. Ella alzó
la mirada para mirarle, era un joven guapo con ojos color miel, de estatura
mediana, pecho amplio y un lunar muy cerca de la boca, le observó por segundos,
con una especie de ternura y halo de misterio, imaginando que de adolescente podría
ser él un prospecto en el que se podría fijar, si tan solo hubiese tenido la
oportunidad; pero rápidamente desvió la mirada anotando el número de su
contacto, su cómplice y su compañero de guerra, volvió a alzar la mirada, para
devolverle el teléfono, dos silbidos largos anunciaban la llegada de la lancha
que se aproximaban a las aguas del campamento de Melvin, las mismas que le
transportarían a las inmediaciones del campamento de Nacho, en segundos sin
pensarlo se vio corriendo con aquel joven, que le conducían del brazo a otro
compañero más viejo, éste le entregó el arma cargada con el silenciador y le
condujo a la parte occidental de donde se encontraban, adentrándose en la selva
en la oscuridad, aquel hombre recorría los senderos como si de un parque se
tratase, conocía cada recoveco, cada bache de lodo, cada esquinada cercada por
árboles en las que eran imposible seguir derecho, ella le seguía asombrada de
la capacidad para sobrevivir como insectos de la noche en el laberinto de la
selva.
Atravesaron en un
recorrido como de media hora hasta llegar a una parte espesa de monte, que les
conduciría a la orilla del río dónde la lancha le esperaba.
Ella subió a la lancha
con prisa sin mirar atrás, había dejado detrás del papel doblado un correo
electrónico y una serie de números, siete dígitos de un móvil al que el capitán
debía mandarle la información y ponerse en contacto en menos de 12 horas justo
antes de vencer el límite de las cuarenta ocho horas. En momentos la pequeña lancha
surcaba las ennegrecidas aguas lentamente, buscando hacer el mínimo ruido que
les permitiera permanecer ocultos. Ésta vez la lancha era comandada por otro
indio de piel más cobriza, pero igual de lánguido y sereno que el que unas
horas antes le había llevado de la mano de Nacho al campamento del capitán
Melvin, firmando así la sentencia de muerte de la única persona, a la que
alguna vez luego de salir del encierro, había considerado un amigo.