16/1/17

CONOCIENDO UN POCO DE CLAROSCURO: LAS DOS CARAS DE LA LUNA. LA NUEVA NOVELA DE SUSPENSE PSICOLÓGICO.


Por: Liz Hay



La entrada de este mes la dedicaré a una de una de mis obras "CLAROSCURO".




AL  LECTOR
 

CLAROSCURO es un thriller en el que los personajes principales inician un camino de reconstrucción y retro inspección a raíz de una serie de eventos funestos que golpean sus vidas de una manera inesperada. Cada uno de los personajes principales tienen dos vertientes: una luminosa y una oscura, de allí el nombre de la novela; ellos deciden a lo largo de la historia haciéndonos partícipes de sus vidas, cuál de los dos caminos seguir. La obra en sí te hace plantearte que tan volubles, arriesgados,  taimados podemos llegar a ser los seres humanos...  Y como los golpes y las decepciones  nos van marcando y moldeándonos hasta convertirnos en otro yo, puede que más fuerte o puede que más sensible.  En ésta novela se abarcan multitud de temas actuales que no pertenecen del todo a la ficción, sino que son traídos con pequeñas pinceladas del mundo actual en que vivimos; ya sea aquí o allá en cualquiera parte del mundo, con personajes tan complejos o retorcidos, como algunos de los protagonistas.
 Claroscuro es una obra que muestra de todo un poco: locura, pasión, amor, deseo y traición es como entrar en una simbiosis de fases, al inicio parece ser dos historias distintas, pero son parte de la misma moneda, son dos historias que se funden en el medio para ir de la mano hasta el inesperado final.
 Es una novela cruda, profunda, directa, que transcurre en paisajes de ensueños, islas paradisiacas, playas vírgenes, sinuosas y hermosas montañas, en una ciudad cosmopolita que tiene de todo un poco como lo es... Ciudad de Panamá.
Aquí les dejo una muestra de uno de los capítulos de CLAROSCURO.





ENTERREDADOS EN LA SELVA


Darién, en la frontera con Colombia.



Selva espesa, profunda, impenetrable; matorrales a la altura de edificios, enredaderas que bordean los caminos; juncos, troncos, senderos, vestigios de fogatas extinguidas alrededor de la subida de los cerros en donde se juntan los manglares y los ríos de aguas turbias, tranquilas, grisáceas, que solo pueden ser atravesadas en cayucos, aquellas pequeñas barcas que surcan las aguas oscuras y profundas con los pequeños pescadores que habitan en los pueblos casi fantasmales de la conflictiva provincia del Darién, atemorizados y amedrentados por los foráneos de la narco–guerrilla, que a fuerza y con el poder de las armas, esclavizan a los indios apartados de las urbes y la prosperidad, olvidados por completo y reducidos a cenizas y a pólvora mojada en condiciones infrahumanas, llenos de horror, testigos de masacres y muertes injustificadas; exiliados de sus tierras, de sus casas, obligados a vivir el día a día en las escarpadas montañas, entre el lodazal o la inmundicia de la basura.

Atrás había quedado el último vestigio de carretera asfaltada en Yaviza, los pequeños caseríos de colores, las chozas hechas de paja en lo profundo de los cerros.

El sonido proveniente de unas botas militares al romper ramas y estrujar hierbazales atrajo la mirada inquisidora de los cientos de agudizados ojos, que entre las hierbas y en la oscuridad, a manera de búhos pero con precisión de halcón, elevaban al aire la voz de alerta. El enemigo había atravesado el sendero prohibido y se acercaba cauteloso a la boca del lobo, mejor conocido como  “el escondite secreto de la guerrilla” en el extenso y denso monte; lugar asiduo en donde los paramilitares colombianos o guerrillas clandestinas mantiene la apuesta de seguir con el cateo de drogas provenientes del hermano país de Colombia y de los millones de dólares enterrados en caletas, en innumerables agujeros en la vasta selva intransitable llena de humedad y el pesado ambiente selvático, que colinda con manglares permitiendo la constante movilización imperceptible y la instaurada residencia ilegal del territorio encubierto.



A Luc le había costado mucho que aceptaran una visita en el impenetrable territorio de la guerrilla. La odisea había comenzado cuatro días atrás río arriba, en la selva cada vez más hermética y en su silencio ensordecedor; primero había abordado un jeep algo destartalado que era conducido por un joven lánguido sin voz, ni expresión en el rostro y cuyo único objetivo era el de llevarla a la boca del manglar, dónde abordaría una lancha que le llevaría a uno de los cuatro puntos de seguridad que la acercarían a las inmediaciones donde se encontraba el capitán y sus más de doscientos hombres refugiados entre la zona boscosa. Allí conocería a otro hombre que la adentraría durante más de dos horas y media en lo profundo de la selva, entre caminos malogrados desbordados de árboles, insectos, humedad, hierbazales y nada más. El camino era accidentado, lleno de palmeras siniestras. Ahora mientras acabada de abordar la lancha que surcaba las aguas mansas, Luc recordaba como había sido todo, los meses de negociación previos para poder acceder no solo a su campamento, sino a entrevistarse con unos de los altos mandos de las FARC que serían para ella por su trabajo clandestino, el grupo más indicado para iniciar una investigación, ya que poseían unos aliados con el Gobierno panameño, del cual podrían depender en situaciones de emergencias, que a su vez funcionaban como informantes que les prevenían de la proximidad de los agentes de seguridad o policía nacional, logrando así las FARC cambiar cada mes su destino, sin que éstos lograsen nunca darles alcance.

Después de descender, casi en el medio de la nada y encontrándose sola en la selva, mirando la lancha alejarse tras ella, se dio la vuelta tratando de encontrar un camino o algún simpatizante que le ayudase a seguir su travesía; a unos quince pasos de allí adentrándose en la selva se encontró con Humberto, un guerrillero ataviado con su indumentaria típica verde oscura de chaqueta y pantalón, con botines negros con cordones, que sería uno de los primeros contactos, que le acompañaría las dos horas siguientes de recorrido hacia el campamento en presencia del comandante de la zona. Mientras se adentraban un poco más; Luc supo que la cercada selva estaba llena de ojos vigilantes. Ya antes había sentido aquella sensación de sentirse observada, vigilada, controlada, lo que le llevaba a la clínica en la que había pasado sus años más negros y a recordar su objetivo primario y la verdadera razón por la que se había aliado con guerrilleros. Agitó la cabeza varias veces renegando de su suerte y tratando de borrar aquella ignominiosa imagen de su mente y así despertó después de pocos segundos de estar absorta en sus pensamientos, percatándose que lo único que había visto hasta ese momento no era otra cosa que monte, insectos, indios y hombres uniformados que le llevaban de un lado a otro. Desconocía que aquella era la forma como la guerrilla, siempre armada con ametralladoras en bandoleras y radio en mano, conseguía proteger no solo su identidad valiéndose de apodos, sino también su situación tanto militante como geográfica.  Luc se preguntaba, ¿cuándo vería o se encontraría con Luis de Silva?, su primer contacto y el simpatizante que había hecho posible su visita. Ella le había conocido por casualidad en octubre de 2006 en un bar de Yaviza; habían entablado una conversación inteligente y profunda entre copas, que más tarde se convertiría en una relación cercana de mutua cooperación, pero sobretodo de trueques, que cada uno desde su perspectiva particular, pudiese abordar para obtener sus objetivos. Él era un comandante, ex–perteneciente a las Fuerzas Armadas Colombianas, corrupto incorregible establecido y recién ascendido y acogido en el seno de los paramilitares como uno más de ellos. Ella había ido a aquél bar porqué le habían asegurado que allí encontraría los contactos y la información que la llevaría a marcar su plan, cuyo único objetivo era deshacerse de los que le estorbaban y recuperar lo que por derecho le pertenecía.  Ahora alejada de lo que consideraba territorio seguro y casi en las manos de los guerrilleros, se preguntaba, hasta dónde sería capaz de llegar, con el objetivo de resarcir su posición y concluir el plan que se había marcado hace más de ocho años, cuando se encontraba limitada y reducida  como un animal enjaulado, esperando su turno para el matadero.

El sonido de un silbido le hizo darse cuenta de que habían llegado a otro campamento, territorio en su mayoría construido de lona, madera y con las cuchillas siempre a la vista. Los campamentos eran muy similares como los que ya anteriormente había visitado en los últimos dos días.  A su llegada, logró ver a un grupo como de veinte combatientes que hablaban en voz baja, inaudible, con una expresión tranquila; de dentro de una de las caletas, nombre que los militantes les daban también a las tiendas de campañas, salió un hombre que la invitó a entrar, mirándola con detenimiento cómo si se tratase de especie de postre o recompensa por el que se debía luchar.

Luc era un mujer bastante fuera de lo normal de lo que aquellos hombres insertados en lo profundo de la selva habían visto en sus últimos veinte y hasta treinta años, cuando habían decidido iniciarse y formar parte del grupo beligerante, abandonando toda comodidad, posibilidad de hijos y familias; adoptando un nuevo nombre y una nueva forma de vida restringida y dirigida con el único objetivo, de hacerle frente al Gobierno, permitiéndoles retornar al escenario político de su país con mejores garantías para sus futuros candidatos, actuando día a día como delincuentes, evadiendo la ley, rompiendo las reglas con el fin de obtener su objetivos, llegando al punto de extorsionar, secuestrar e iniciar masacres, por los ideales en común y la esperanza de un cambio, estableciéndose en las profundidades de la selva con sus grandes restricciones.

Luc entró en la caleta para encontrase con su amigo, el simpatizante Luis que se encontraba detrás de una especie de mesa con una cuchilla en mano descascarillando un mango, al verla entrar lo colocó sobre la mesa de a lado del ordenador portátil, su cuchilla y la radio, poniéndose en pie para recibirla.

—Pensaba que te arrepentirías de llegar hasta aquí, en medio de tantos cambios de transporte y secretismos—dijo Luis de Silva.

—No me conoces lo suficiente Luis—le respondió ella, contenta de ver un rostro conocido, después de tres días, una cara conocida era una recompensa para sus ojos.

Él la interrumpió diciendo.

         —Aquí no soy Luis, aquí en las inmediaciones del campamento que dirijo soy Nacho, por lo que te sugiero que no menciones mi nombre nuevamente. Es una de las reglas del campamento, nadie conoce tu verdadero nombre, es una estrategia para despistar a los servicios de inteligencia  que actúan en la frontera; además de la constante movilización de los campamentos, la cual nos permite tener rehenes.

—¡Perfecto!, está olvidado Nacho—dijo ella esbozando una sonrisa cómplice. Él dirigiéndose a ella con actitud evasiva, le dijo.

—Además tu verdadero nombre es aún desconocido para mí. Luc es todo menos que un nombre, es algo rarísimo, no se sabe si es una cosa, un apodo o un sitio. 

Ella esbozó una sonrisa.

—Estoy acostumbrada a que se dirijan a mí sin nombres—dijo ella sin vacilaciones.  Si utilicé este contigoque acepto que me lo saqué de la manga fue porqué me sentí cómoda y me inspiraste confianza, nada más, por lo que te agradezco que tampoco lo menciones y que siempre me llames por mi género y nada más.

—¡Entendido!—dijo Nacho mientras se le acercaba un poco.

—¿Estás segura de seguir queriendo avanzar?, lo que te falta de camino es el más difícil, accidentado, vigilado y se escapa de mi jurisdicción, no puedo garantizar tu seguridad una vez que hayas abandonado éste campamento, es cierto que he hecho los contactos y he notificado tu llegada, pero con éste otro grupo de guerrilleros nunca se sabe, ¿te quieres arriesgar?—dijo con un tono de preocupación.

—¡Nacho!—respondió ella, no he llegado aquí hasta tan lejos por miedos o inconvenientes. He llegado aquí con un objetivo y no me iré hasta conseguirlo, ¿me entiendes?

—Perfectamente—dijo Nacho después de una breve pausa, es lo que necesitaba oír. Pasarás la noche aquí, en otra caleta con una de las socias, pero antes del amanecer te embarcarás en una cayuco río adentro, que te llevará muy cerca del capitán Melvin, el único hombre con poder que puede ofrecerte aquella información que tanto anhelas, también espero que sepas que has de pagarle con algo, no te dará nada, hasta que no obtenga lo que quiere. Déjame advertirte de que es un hombre impredecible, impulsivo y hasta podría ordenar tu muerte y deshacerse de tu cuerpo, en menos de lo que canta un gallo.

—Ya lo sé—dijo ella sin remilgos, sé a los peligros a los qué me enfrento.

—Bien—acertó a decir Nacho. Tomó en sus manos la radio y valiéndose de ella, radió a una de sus socias o guerrilleras, en la que más confiaba, para ordenarle que se apersonara a su caleta, que era la que actuaba como centro de mando en ese campamento para notificarle su nueva asignación, que consistía en conducir a la mujer, a la recién llegada, dijo mirándola a los ojos con cierto halo de complicidad, no incumpliendo la promesa de no llamarle por más que por su género, a su lugar de descanso y que se encarara de proporcionarle agua y alimentos. Al cerrar la transmisión por radio, le miró nuevamente con detenimiento; sus ojos verdes como el jade le había cautivado desde el primer momento en el que se conocieron en el bar. Ella no era tonta, sabía muy bien interpretar esa mirada, aunque ésta era distinta, había algo de fragilidad y miedo. Ella sabía que Nacho se sentía muy atraído por ella, pero a través de sus ojos logró atisbar, que no era solo el deseo de un acercamiento sexual lo que le hacía actuar y mirarla de esa manera peculiar, él le había cogido aprecio y temía por su seguridad; el más que nadie sabía a qué y a quién se enfrentaría, era ésa la razón por la que se encontraba tan perturbado, por la sola idea de que no saliese viva de ese encuentro. 

Sus ojos brillaban a la luz de la casi inexistente lumbre, eso era algo que ella admiraba, ya que nunca hasta ese momento lo había experimentado. Mientras sostenían aún la mirada fija el uno en el otro, en una especie de silencio tácito, ella se acercó con premura, notando como el fuerte comandante y valiente guerrillero se estremecía mientras cerraba los ojos al sentirla, a solo  milímetros de su cuerpo, se inclinó un poco y le besó los labios con dulzura, él se quedó impasible, desconcertado, mientras se acababa de percatar de que Elaine ya estaba dentro de su caleta y aguardaba a seguir instrucciones.

—Disculpe comandante, no quería… dijo Elaine, desviando la mirada hacia el suelo.

—No, no hay problema Elaine. Ésta es la mujer, condúcela e instrúyela del procedimiento hasta que amanezca, que es cuando iniciará su camino aguas a arriba hasta el campamento de las FARC—dijo Nacho después de liberar su garganta emitiendo un ruido grotesco, tratando de disimular la situación, pero manteniendo siempre el mando.

—Sí, mi comandante—dijo Elaine extendiendo el brazo para conducirla. Ella que en ese entonces se encontraba de espaldas, se volvió para mirarle. La expresión serena del rostro de él, le devolvió la calma, no dijo palabras, solo avanzó hacia Elaine dejando atrás a Nacho, que le observaba detenidamente mientras se alejaba de su caleta, para verlas perderse en la oscuridad de la noche.



Nacho respiró hondo dos veces exhalando el aire por la boca, extrañando por segundos lo que tenía antes de alistarse en la guerrilla, el leve acercamiento de una mujer hermosa, le había despertado los recuerdos, cuando aún vivía su esposa, justo antes de perderla por las fuerzas policiales de su país; ni su alto cargo en el Gobierno, ni su conocimientos de estrategias y armas habían librado a su mujer de la muerte atroz y segura que le habían brindado, los del bando enemigo. Afuera de la caleta de Nacho y de sus recuerdos, sus combatientes en la noche se organizaban despacio y haciendo el mínimo ruido, cumpliendo la rutina, cada guerrillero se recomponía y arreglaba su propia tienda, armas, mochila y enceres dejando todo al alcance de la mano, por si se daba la ocasión de tener que salir de improviso, luego se reunían en medio del campamento para escuchar con detenimiento las voces del comando, indicando las instrucciones a seguir.

Aún lado del trayecto, no muy lejos de la tienda de Nacho, entre la maleza que había sido tronchada para esconder el agüero profundo donde habían enterrados los barriles que procuraban las armas y unos cuantos miles de dólares, obtenidos de las extorsiones de posibles enemigos y narcotraficante. Justo antes del amanecer, en el momento más crítico en un área de conflicto y por descontado, la hora preferida para los asaltos de los bandos enemigos, una pequeña barca con extremos puntiagudos, era conducida por un hombre moreno de cabellos cortos negros y rostro sereno, llegaba a la punta, esperando transportar la carga desconocida que le habían encomendado. Desde las 5:00 de la madrugada las dos mujeres se habían enfilado por el área oriental del campamento esperando entre las penumbras evitar poner a otros posibles contrincantes en alerta.  Elaine, cumpliendo las órdenes de su comandante transportaba a la mujer que abandonaría el campamento justo como había sido previsto, entre la noche y el sonido producidos por los insectos.  Llegaron en 1.15h minutos antes, donde le esperaría el barquero que la conduciría a la última etapa de su recorrido, al campamento del capitán Melvin. Elaine divisó entre las apacigües aguas el vaivén de una lancha amarrada, sabía que era la única que ese momento y lugar que podría estar esperando la inevitable partida de la amiga de su comandante. El barquero al verlas preguntó intrigado.

 «La carga, ¿Dónde está?», Elaine extendiendo, el brazo dejando ver atrás de ella a una mujer caucásica de largos cabellos negros.

 —Es ésta—dijo para sorpresa del barquero, para luego añadir.

—Abandona los predios lo antes posibles, ya están comenzando el almuerzo y ella no debe estar aquí cuando empiece la guardia y peinen el área, ¡Entendido!

—Entendido—dijo el barquero, extendiendo el brazo ayudándola a subir sutilmente de modo de no producir estruendos y de evitar que la lancha se voltease dejando al descubierto su ubicación y el trasporte de su carga encomendada. La barca siguió su rumbo río arriba, hasta encontrarse con aguas más caudalosas, que arrastraban la barca sin control, para cualquier persona normal podría haber sido una travesía peligrosa, menos para los barqueros, que hacían el camino cada día y sabían donde se hallaban los remolinos y cada recoveco dentro de los diferentes manglares y ríos. Después de tres horas de travesía alcanzaban a ver al fin lo que parecía tierra firme, una extensa zona boscosa nada sin igual, más bien muy semejante a los otros tres campamentos donde había permanecido por los menos una noche o dos, de entre las malezas vio erigirse de repente la figura de un hombre alto de piel quemada por el sol, gafas y vestido militar, fue entonces cuando supo que había llegado al campamento del capitán Melvin.

No había ensayado su discurso, ni había decidido aún con que negociar, de lo que si estaba segura es que necesitaba la información sin importar que con ello se le fuese la vida. La barca dio un giro hacia la izquierda, para así encontrarse cara a cara, frente al guerrillero, que le conduciría por el tramo que le faltaba de selva alrededor de dos horas caminando; cada vez que se alejaban un poco más del río, reinsertándose en la selva espesa. Luc sabía que el encuentro con el cabecilla de la organización estaba más cerca, tenía que decidir la manera de actuar y tenía que hacerlo de manera rápida, las ramas y la hierba que se doblaba estrujándose al paso le hacían acrecentar la incertidumbre y comenzaban a alimentar el miedo que desde hace días, trataba de acallar. Después de las horas de caminata por la selva se encontraron un grupo de guerrilleros, que montaban vigilancia en la región sur del campamento, cuando un corto silbido del jefe de turno les hizo ponerse en alerta y en posición de ataque. La mujer blanca había llegado al campamento.

La mirada perdida de Luc denotaba en cierto grado el miedo, al verse inmersa entre tantos hombres armados, alejado de toda cotidianidad y recursos, exclusivamente en las manos de los hombres más temidos y buscados por un país entero. Detrás del silbido se hallaba el hombre fuerte del campamento que aunque a falta de tamaño no tenía nada que envidiar a cualesquiera que formara parte de su grupo, era conocido por todos como “Largaespada” y no dudaba nunca en poner a cualquiera sin importar rangos en su sitio, era el terror dentro de los grupos beligerantes, conocido por su mal carácter y su sed insaciable de dinero, sangre y fama. Largaespada dirigió su mirada sobre Luc, desviando en pocos segundos la cabeza en ambos francos primero a la derecha y luego a la izquierda, esculcando cada centímetro de su campamento y delimitando con la mirada las próximas órdenes a seguir por parte de sus mandos. Luego dio cortos pero certeros pasos, diez específicamente para clavarse enfrente de la Diosa como la bautizaría ese mismo día, debido a su peculiar belleza y el deslumbramiento por parte de toda su tropa militante.

—Muy bien—dijo Largaespada, haciendo una breve pausa para después proseguir. Si has llegado hasta aquí, hasta el mismísimo infierno, es porque tienes coraje y porque la información, el contacto o paradero de aquello o a quién deseas localizar, vale muchísimo su peso en oro.

Luc que ya comenzaba a ponerse nerviosa entre la turba, dijo en voz alta y clara.

—Capitán Melvin, con todo respeto, no estoy dispuesta a tratar el tema en una Asamblea o Consenso de pueblo, me dirigiré y solo haré tratos con usted… y solo, cuando nos encontremos completamente solos.

La carcajada del capitán, hizo que los militantes a su cargo se alzaran en un estallido de risas y júbilos comedidos, para dar en segundos paso al silencio sepulcral.

—Sabes, ¿dónde te has metido muñeca o con quién?—dijo el capitán con un gesto ceremonioso, alzando los brazos delimitando el cerco y señalando el lugar donde se encontraban.

—¡Sí!, soy consciente de ello—respondió ella.

—Te das de cuenta de que aquí, tu vida no vale ni un solo centavo y que nadie te encontraría, si decidiese que no salieses con vida de este encuentro, ni hijos, ni padres, ni esposo, ni hermanos, ni Gobierno, nadie.

—No le temo a la muerte—dijo ella sin rodeos.  Algunas veces pienso que es la mejor compañera; estoy aquí, porque usted y los suyos son lo más adecuados para dar con mi objetivo casi enterrado entre los manglares o escondido bajo las rocas húmedas de cualquier pantano o selva y aquello de extorsión o amenaza por creerme una mujer débil y solitaria, me da igual, no existe nadie que llore mi perdida, porque ya estoy muerta, ¿me entiende?—dijo ella con la cabeza en alto y en actitud beligerante, manteniendo la mirada fija sobre el capitán.

Melvin la observó entonces con detenimiento, caminando en círculos como quien ciñe y cerca a su presa, justo antes de ser engullida. Con una pipa en los labios y expeliendo el humo en círculos continuados sobre el rostro de ella, dijo.

—¡Esta mujer tiene huevos!, me gusta—dijo el capitán, dirigiéndose a los de su bando, causando una euforia y un levantamiento por parte del grupo, silbidos, porras y ademanes se fundían en los cientos de rostros pintados y armados hasta los huesos. Un solo gesto con el dedo índice izquierdo hizo que retornara la calma y la casi inaudible plática que sostenían adentrándose una vez más en el interior de la tienda, para decir.

—¡Está bien!, nada perdemos con oírla señorita…

Dijo haciendo una ademán esperando recibir un nombre. Ella le siguió diciendo.

—No tengo nombre, que es nombre sino solo una forma de etiquetarnos, controlarnos, poniéndonos un código de barra, como si de un producto nos tratáramos. El capitán la interrumpió diciendo.

—Pues muy bien, nos parece perfecto ya que nosotros tampoco los tenemos, ya que somos como muertos enterrados en la selva, de los que nadie oye nombrar, ni nadie recuerda  ya su rostro, el color de sus cabellos u ojos, somos una especie de muertos vivientes que respiran solo para alcanzar su objetivo.

—¡Sígame, seguiremos esta conversación en el centro de comando!—dijo emprendiendo el paso hacia su caleta, ordenando con un solo gesto que se apartasen y los dejasen solos para poder dialogar.

Caminó con paso ligero para encender la lámpara de querosén que tenía sobre una especie de mesa de madera rectangular, bastante lisa, pero deteriorada por las aguas y los cortes de  navaja.

—A ver…  ¿Qué podemos hacer por usted mujer?—dijo Melvin pasando ligeramente la mano sobre la mesa, quitando la suciedad y unos restos de papeles que se hallaban sobre la misma.

—Pues seré clara y directa. Nacho me dijo que ustedes tenían los contactos suficientes como para poder localizar a cualquiera, como si fueran una especie de GPS, para encontrar una aguja en un pajar, ese es el motivo por el que estoy aquí, necesito encontrar a alguien, no tengo fotos, ni antigua dirección, la última vez que recibí noticias de la gente que le rodeaban fue alrededor de unos quince o dieciséis años atrás.

El capitán le observaba con los ojos muy abiertos, prestando atención de cada movimiento, cada gesto o cualquiera cosa que le hiciese hacerse una idea de… ¿Quién era realmente aquella mujer? y ¿Cómo había logrado contactar a los grandes mandos beligerantes?, desvió por segundos la mirada, como evadiendo la cercanía o complicidad, interrumpió después de unos cortos segundos, diciendo.

—Así que conoces a Nacho, el ex–desertor de nuestras Fuerzas, recién cabecillas de uno de nuestros bandos contrarios—dijo mientras se paseaba en círculos, observándola, alrededor de la mesa.

—Sabes que le conozco, le conozco muy bien—dijo haciendo un pausa obligada provocando tensión en la conversación. Trabajamos juntos en las Fuerzas Armadas, él era el General al mando y yo su subordinado, en ese entonces era un hombre sabio, astuto, siempre lograba estar a un paso delante de nuestros enemigos, pero todo cambio de repente, en esta profesión no se nos permite tener sentimientos. Los sentimientos te hacen débil, te obligan a claudicar, te convierten en un manojo de nervios y de repente te vuelves un juguete obsoleto pasado de moda, un chivo expiatorio fácil y vulnerable, para que otro alto cargo impugne y pida tu cabeza en una bandeja de plata, «Eso hice yo», fue muy fácil deshacerme de él y pasar a tomar su cargo.

Ella que para ese entonces sostenía la mirada en el suelo, la alzó como esperando un golpe, sosteniéndola fijamente mientras le observaba acercarse a ella, fue cuando supo que no le sería tan fácil salir de aquella selva, comenzó a sentirse intimidada bajo la mirada de Melvin, sabía que su vida corría peligro y si bien no le importaba morir, lo que si le importaba, era morir después de haber cumplido su objetivo o al menos el objetivo primario, que se había fijado.  Lo cierto es que el capitán la miraba como una frágil mujer al borde de en un ataque de ira, ni tan solo sospechaba, ¿con quién se estaba enfrentando?, no sabía nada de ella, a pesar de que había ordenado hacer investigaciones a los mandos encargados de tecnología, la sorpresa para todos era que no aparecía en ningún registro, no poseía dirección, ni número de la seguridad social, ella oficialmente no existía, pero era real, tan real que la tenía frente a sus narices. Melvin desconocía que era una mujer dispuesta a todo y una asesina en potencia.  Iniciar su nueva vida no había sido fácil, había tenido que pasar pruebas muy escabrosas que le habían hecho forjar su nueva y adquirida personalidad, dejando de ser una víctima, para convertirse en victimaria. El dinero, los lujos, el poder le habían pertenecido desde siempre, pero sin darse cuenta le había sido arrebatado casi de los labios, como un caramelo de las manos de un niño.  Había días en lo que por segundos volvía a tornarse vulnerable, asustadiza, nerviosa, intranquila, aunque los ataques, como les decía ella, duraban muy poco.   Pero, lo que se formaba dentro de ella en esos momentos, había logrado rebasar el límite y tomar el control absoluto despojándola de sus inseguridades; convirtiéndola en una mujer fuerte, indomable y terriblemente mortífera.

Era cierto que Melvin, tenía a su alcance con solo un par de llamadas cualquier tipo de información recurrente, aunque aún no hubiese fijado el precio para desvelarla, se sentía desconcertado por la actitud de la joven y temeraria mujer, con pinta de muñeca frágil manejada por sentimentalismos. Aún desconocía las intenciones de su acompañante, lo que si no le era desconocido era la cercana conexión con Nacho y el flirteo que existía entre ella y su eterno rival, por lo que había planeado ponerla a prueba, no sin antes divertirse un poco con aquella mujer desconocida; ahora más que nunca estaba impaciente por descubrir, ¿hasta dónde sería capaz de llegar?, la dulce y frágil muñequita, con tal de lograr sus fines. El capitán se había puesto en pie y colocado justo detrás de ella, desde donde su grave voz como un susurro atravesó su oído, diciéndole.

—¿Qué motivo real, te trae por aquí, en la profundidad de la selva?—dijo sin vacilaciones el capitán.

La suave brisa que logró mover un poco la lona, logró por segundos quitar la tensión, la brisa anunciaba la caída del sol y el comienzo de una larga e inesperada noche. 

—Muy bien mujer—interrumpió Melvin alegando. Has llegado hasta este campamento por un motivo especial, primero necesito saber ese objetivo, luego hablaremos, ¿de que manera? o ¿cómo acordaremos el pago?, por la información proporcionada.

Ella no era tonta, sabía que una vez que hubiese terminado la última frase la cantidad demandada sería mayor, a cualquiera cifra que hubiesen pensado y en cualesquiera de los casos, si es que el capitán llegaba a saber o intuir que se trataba de un caso personal, una «Vendetta». Ella no quería mostrar nerviosismo, ni incapacidad para enfrentar cualquier tipo de penitencia que pudiese otorgársele, había sentido rumores de gente que hablaba de la forma como habían tenido que cooperar con los altos bandos beligerantes y la manera como aquello, había afectado sus vidas, pero estaba decidida a seguir adelante costase lo que costase.

Tragó un poco de saliva y dijo.

—No hay trato, creo que me he equivocado—dijo dándose la vuelta como quién se dirige a la salida.

—¿De qué hablas mujer?—dijo Melvin, ofuscado. Ella se volteó devolviéndole la mirada.

—Exijo saber la cantidad y el precio antes de desvelar mis intenciones y la información que realmente necesito obtener, no estoy dispuesta a acceder y aceptar un precio desorbitado.

—¿Quién te has creído que eres, vienes a mí por ayuda y ahora pones condiciones?—No aceptaré condiciones a un trato que depende de nosotros—dijo clavando la navaja sobre la mesa y acercándose con prisas sobre ella apretándole por el cuello con intención de estrangularla.  Las amplias manos de Melvin permanecían sobre el cuello de la frágil mujer, presionando poco a poco, mientras la miraba fijamente, viendo como sus ojos se desorbitaban y de repente parecían más saltones y como, poco a poco, iba perdiendo la fuerza, mientras sus ojos se tornaban vidriosos.

—¡Escúchame mujer!, no vales nada aquí, serías un perfecto alimento para los caimanes, aunque mucho me temo que se quedarían con hambre—dijo mientras le soltaba con fuerza, dejándola caer de bruces delante de él.

Ella trató de recuperarse luego de caer al suelo casi ahogada, mientras lo observaba.

—¡Ponte en pie!

Ella le obedeció sin vacilaciones. 

—He de aceptar que eres una mujer hermosa—dijo mientras le rodeaba y deslizaba sus dedos por el rostro de ella y luego por las líneas de su cuerpo. Tienes un cuerpo apetecible, dijo mirándole de arriba abajo, para proseguir; a cualquiera de mis hombres le encantaría poseerte, tienes unos senos redondos en justa medida, un trasero voluptuoso y unas caderas contorneadas que ni tan solo ése disfraz que te dejó Nacho, pueden disimularlo, lo ideal sería prostituirte por un tiempo, para todos los de mi equipo, hacer de ti una moneda de cambio, pero sabes que, quiero más...

—¡No seré tu puta!—respondió ella escupiéndole la cara indignada, recomponiéndose, tratando de respirar con normalidad. Si ese es tu precio, no hay trato, buscaré a otro que pueda llevar a cabo mis instrucciones.

—De aquí muñeca, no te mueve nadie—dijo Melvin,  tomándole por el brazo  con fuerza en un giro de 45 grados, al instante que ella se giraba.

—¡Aaah!

Ella gimoteó de dolor y entornó los ojos de manera siniestra. Melvin le soltó bruscamente, como si tuviese la lepra, después de una pausa siguió el hilo de sus argumentaciones.

—A nadie engañas con lo de buscar a otros, si has llegado hasta aquí, es porque no existe nadie más y seguramente también huyes de la policía. Además, no es eso lo que quiero, aunque deba aceptar que me encantaría la idea de verte en cuatro patas.

Lo que quiero es…

Melvin esbozó una sonrisa retorcida, después de una pausa.

—Lo que quiero es la cabeza de Nacho en una bandeja, así podré dormir y respirar aliviado del aire viciado que llega hasta mí, desde su campamento nauseabundo. Tienes 48 horas para cumplir este acuerdo y solo luego hablaremos de tus planes—dijo mientras se alejaba a paso ligero abandonando su caleta, dejándola a ella atrás con la mirada perdida en el vacío.

La sentencia de la muerte de Nacho le tomó a Luc un poco por sorpresa, pero eso no sería un impedimento para el cumplimiento de sus fines, dentro del sostén guardaba un papel doblado en cuatro con el nombre de la persona escrita a lápiz, eran algunos esbozos del retrato dibujado de la persona que buscaba y la razón por la cual había aceptado consciente una misión suicida; para ella era imprescindible dar con la persona del dibujo, ésa era su razón de vivir, la imagen a la que se había aferrado, lo que le había dado fuerzas para soportar las vicisitudes y no claudicar en el encierro.

Ahora con el pulso firme y sin vacilaciones arrimándose a la mesa de comando debía pensar… ¿Cómo deshacerse de Nacho? y salir viva del encuentro, era más que consciente, de que lo que le había solicitado el capitán era un plan suicida y que sería casi imposible salir viva de un campamento llenos de más de cien soldados que obedecían sin parpadear a su líder. Se puso en pie luego de pensar detenidamente en el encuentro y se dirigió hacia fuera levantando el extremo de lona que servía como puerta. La noche había ennegrecido todo a su paso, la visibilidad era casi nula, a veces se preguntaba, cómo estos hombres lograban sobrevivir, entre tanto vacío e inmundicia.

—¡Capitán Melvin!— dijo ella con voz clara rompiendo el silencio y el código de la selva que prohíbe levantar la voz a ese grado de decibeles, poniendo en juego su posición estratégica.

De entre las sombras la figura de un hombre alto y piel morena salió para acallarla, conduciéndola al centro del campamento como si de una presa se tratase. En pocos segundos la mirada inquisidora de Melvin se posaba sobre sus hombros, ella rompió el silencio mientras la veía observarle con furia, como quién no puede esperar para deshacerse de un estorbo; con movimientos y gestos que solo podían ser percibidos por los búhos, ordenó a su hombres acordonar el área y alejarse unos cuantos metros para poder tener una conversación con la invitada. Melvin entrelazó sus manos una contra otra, como quién se torna pensativo, luego la cruzó a sus espaldas esperando una palabra o gesto por parte de la mujer que comenzaba a importunarle con su presencia.

—¿Para qué soy bueno?—dijo apretando los labios, en un leve tono, esperando una palabra o la confirmación de dar por aceptada la misión.

—He decidido aceptar su precio, no sin antes tener la seguridad de que esto contribuirá para mis fines y que… Pase lo que pase, se llevará a cabo todo siguiendo mis instrucciones—dijo sacándose del pecho el trozo de papel doblado al que se había aferrado por años. Ésta es la persona que necesito encontrar, necesito saberlo todo: su paradero, sus movimientos, su condición, ¿A qué hora sale?, ¿Con quién se ve?, ¿cómo? y ¿Por qué se encuentra en ese sitio?, además de un mapa completo de la ubicación y las posibles salidas rápidas del sitio.

—Debo entender entonces, que me estás pidiendo una ataque militar muñeca—dijo Melvin.

—¡No!, le estoy pidiendo un plan estratégico de acción, eso nada más—respondió sin vacilaciones la frágil mujer. Y con referente a nuestro acuerdo, necesitaré tres cosas: una rémington del calibre 38 con silenciador, una lancha con carguero que me aproxime al lugar y una llamada telefónica con una línea segura, imposible de detectar.

—¡Hecho!, lo tendrás en media hora—dijo Melvin haciendo un silbido. Un hombre de sus comandos se acercó de prisa acatando las órdenes de mando, Melvin a tenerle en frente le dijo.

—Consíguele todo lo que te solicite esta mujer, y dale salida  de las instalaciones en un período no mayor de cuarenta y cinco minutos. Se giró hacia ella dirigiéndole la última mirada y extendiendo hacia ella el teléfono que le había dejado un soldado entre las manos.

Ella lo tomó alejándose unos metros y marcando con brevedad.

El teléfono comenzó a sonar.

—Sí—dijo una voz grave y ronca al otro lado del auricular.

—Soy yo, sé que no te dije donde iría, pero necesito que recojas a la hora que te indique no más tarde, ni antes. Soy consciente de que es una misión arriesgada, pero entiéndeme, he de hacerlo, es por lo que he luchado todos éstos años. Reúne todo el dinero que tengamos, consigue una lancha de un motor potente y ven a por mí; ya te enviaré por el móvil de aquí a unos minutos mi ubicación y las coordenadas donde debes recogerme, ¿cuento contigo?, dijo Luc consciente de su posición y el peligro que cada minuto pasaba en ese campamento

—¡Cómo siempre mi señora!—respondió la voz varonil.

A paso ligero se acercó hacia el hombre que le esperaba, dejándole el teléfono en las manos. Ella le miró fijamente, era tan solo un joven, para no decir un niño, seguro tendría diecisiete o dieciocho años, la cara frágil e inocente podría verse a través de los ojos fríos y los ademanes forzados que intentaba disimular, para parecer un tipo duro.

—Necesito las coordenadas de éste sitio y también las del campamento desde dónde he venido…  ¡Ah! y un teléfono móvil.

—Bien—dijo el chico alejándose insertándose nuevamente en la espesa y profunda selva.

—Ella se alejó un poco hacia el lado oriental buscando un lugar donde estar tranquila, aunque muy por dentro sabía, que lo que le venía le mantendría en alerta y nerviosa por mucho más tiempo que dos días. La media hora pasó volando y mientras se encontraba sentada sobre un tronco de madera de un árbol que hacia las funciones de banco y centro de comando de las comunicaciones, observó como a lo lejos se acercaba el muchacho, que extendiéndole el brazo y sin palabras le pasaba el móvil que había solicitado con las coordenadas ya escritas. Ella alzó la mirada para mirarle, era un joven guapo con ojos color miel, de estatura mediana, pecho amplio y un lunar muy cerca de la boca, le observó por segundos, con una especie de ternura y halo de misterio, imaginando que de adolescente podría ser él un prospecto en el que se podría fijar, si tan solo hubiese tenido la oportunidad; pero rápidamente desvió la mirada anotando el número de su contacto, su cómplice y su compañero de guerra, volvió a alzar la mirada, para devolverle el teléfono, dos silbidos largos anunciaban la llegada de la lancha que se aproximaban a las aguas del campamento de Melvin, las mismas que le transportarían a las inmediaciones del campamento de Nacho, en segundos sin pensarlo se vio corriendo con aquel joven, que le conducían del brazo a otro compañero más viejo, éste le entregó el arma cargada con el silenciador y le condujo a la parte occidental de donde se encontraban, adentrándose en la selva en la oscuridad, aquel hombre recorría los senderos como si de un parque se tratase, conocía cada recoveco, cada bache de lodo, cada esquinada cercada por árboles en las que eran imposible seguir derecho, ella le seguía asombrada de la capacidad para sobrevivir como insectos de la noche en el laberinto de la selva. 

Atravesaron en un recorrido como de media hora hasta llegar a una parte espesa de monte, que les conduciría a la orilla del río dónde la lancha le esperaba.

Ella subió a la lancha con prisa sin mirar atrás, había dejado detrás del papel doblado un correo electrónico y una serie de números, siete dígitos de un móvil al que el capitán debía mandarle la información y ponerse en contacto en menos de 12 horas justo antes de vencer el límite de las cuarenta ocho horas. En momentos la pequeña lancha surcaba las ennegrecidas aguas lentamente, buscando hacer el mínimo ruido que les permitiera permanecer ocultos. Ésta vez la lancha era comandada por otro indio de piel más cobriza, pero igual de lánguido y sereno que el que unas horas antes le había llevado de la mano de Nacho al campamento del capitán Melvin, firmando así la sentencia de muerte de la única persona, a la que alguna vez luego de salir del encierro, había considerado un amigo.